Era rápido y gracioso a partes iguales. Su conversación guiaba la mía de la misma forma que un bailarín conduce los pasos de su pareja. Utilizaba un lenguaje, mezcla de galantería y astucia, que me resultaba de lo más seductor. Sus comentarios eran el equilibrio perfecto entre ironía inteligente y humor mundano.
En condiciones normales me habría apeado en la primera estación cansada de fingir interés por una conversación banal. Con los años he aprendido que cierta experiencia y posición social hacen que quienes la ostenten centren en ella sus pontencialidades y eso llega a aburrirme soberanamente. Sin embargo, para ser sincera, el discurso de Stephen Avery consiguió captar mi atención desde el primer instante.
Perdí la noción del tiempo con la misma celeridad que transcurre un nanosegundo. Tuvieron que pasar horas para que me percatara de que había perdido algo más que esta dimensión temporal.
Sabela, mi-más-que-amiga-hermana, se había esfumado, desaparecido, evaporado. Me invadió un ligero sentimiento de culpa imaginándola deambulando por las calles de Londres.
Aunque reconocía su autosuficiencia para todo, este viaje lo habíamos planeado juntas y así pretendíamos disfrutarlo. Intuí que debía ser muy tarde o demasiado pronto, porque la noche empezaba a languidecer dejando paso a los matices del amanecer. Resultaba ser ese momento en que una debe tomar una decisión que implica “llegar hasta el infinito y más allá” o “dejar pasar un tren llamado deseo”. Yo pensaba en Sabela y necesitaba ir en su busca. Siempre me sentía reconfortada a su lado. Nadie me conocía más que ella y nadie había conseguido traspasarme tan generosamente.
Así que erguí mi espalda y aclaré mi voz, como quien se decide a pronunciar una gran sentencia final:
- Mi querido Mr. Avery, ha llegado el momento en que las princesas gladiadoras se baten en retirada victoriosas y satisfechas. El semblante de Stephen Avery se endureció:
- Pensé que no suponía un enemigo para ti… Y, en cualquier caso, las batallas se ganan con la retirada del contrario y yo, por ahora, no pensaba retirarme…
- Verás… No has supuesto un enemigo, sino un digno contrincante. He disfrutado la velada y hasta la confrontación. Pero he venido con un propósito y otra compañía a este destino. Y como suele decirse, tres son multitud. De verdad, preferiría regresar al hotel y contarle a Sabela la maravillosa experiencia que me has regalado.
- De acuerdo. Pero antes quisiera que me hicieras una promesa. Visítame mañana en mi White Cube, ya que hoy no ha podido ser. Quiero presentarte a John Essol, director de la galería, y mostrarte la nueva colección. Ambas, tú y ella, compartís la misma magia y querría comprobar si soy capaz de descubrir el truco que os hace tan enigmáticas.
- Touché!_pensé. Este hombre era capaz de poner en tus labios las palabras que deseaba oír como si estuviera retándote a una partida de Apalabrados.
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