London Blogging Night

¡Hola!


El relato con el que inauguramos esta aventura se tituló London Bloggin Night y es una historia de amistad con todos los ingredientes de una novela de intriga: una desaparición misteriosa, un personaje siniestro, pasiones, miedos e incertidumbres. Puedes encontrar los 47 capítulos en el archivo.


Ahora iniciamos una Isla de Relatos (casi perversa) donde intentaremos contar historias que os evadan un rato, a la vez que os provoquen. Queremos que paséis un tiempo, sea el que sea, pero que sea memorable.



Patricia & Isabel


lunes, 13 de mayo de 2013

CAPÍTULO 17: Sin noticias de Eme

Los domingos tienen la particularidad de hacer que el tiempo se ralentice. Parece como si estiraran de él en sentido contrario a las agujas del reloj y el ritmo de lo que acontece, hasta de nosotros mismos, baja de revoluciones instintivamente. En algunos casos es tan ingrávida la actividad que la voz rapeada de Justin Timberlake  podría resultar la de Luciano Pavarotti interpretando Turandot.

Yo, y la parte de mi cuerpo que me pertenecía en vida, no éramos ajenos a ello.
Abrí los ojos tímidamente como queriendo engañar a mis propios sentidos para prolongar el letargo. Vi a Marcus a mi lado, dándome la espalda, orientado a babor. Me reconforté con la idea de que yo estaba mirando en la misma dirección. ¡Seguro que era alguna señal positiva! Nuestros cuerpos eran polos magnéticos de distinta polaridad. Si se adentraban en el mismo campo de fuerza no había nada que hacer. Se unían sin remedio abandonados a su atracción magnética. Valoré la idea de entrar en esa dimensión pegándome a su espalda por detrás. Quería despertar sus sentidos con algo más que el olor de un buen café.



En ese preciso instante de debate, la figura de Eme se coló cual “Campanilla” e increpándome, deshizo el hechizo de mi seducción. Me revolví contra esa imagen…
¿Qué pasa contigo Eme? ¿Llevas dos semanas desaparecida y tienes que invadir así mis pensamientos? Es domingo, ¡por el amor de Dios! ¿Podrías volver en un rato?

No…Eme no desaparecía por voluntad ajena. Demasiado terreno conquistado como para renunciar a su explotación gratuitamente. El pago de una amistad de sangre se hace con una moneda que no admite devaluación. El mercado donde opera el amor incondicional no fluctúa ni con la desconfianza de los agentes. Así las cosas, era inútil intentar apartar a Eme de mi cabeza. Me levanté contrariada. Directa al portátil decidida a aporrear el teclado como quien toca el concierto para piano nº1 en re menor de Bach.

Eme, ¡Estoy enfada!. ¡Estoy indignada! ¿Qué pasa contigo? ¿Dónde coño estás? ¿Por qué no dejas de lado tu ridículo orgullo y me contestas? No sé dónde estás. No sé con quién estás. ¿Qué planes tienes? ¿Cuándo vas a volver? ¿Te acuerdas de que trabajamos juntas? ¿Recuerdas que ambas, tú y yo, nos comprometimos en varias entregas? ¿Es que acaso vas a tomarte unas vacaciones y yo no me he enterado? En fin Eme...¡¡¡quieres contestarme de una puñetera vez!!!!.

Hasta aquí la interpretación del primer acto que, a estas alturas del concierto, sabía que no iba a publicar. Me levanté de la silla, di unas cuantas vueltas por el salón, me preparé un café y volví al escenario, esta vez algo más calmada y en un tono más conciliador: Sabela, interpretando las cuatro estaciones de Vivaldi.

“Hola Eme, cielo… Te escribí hace un par de semanas y no me has contestado todavía. ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Qué planes tienes?

Lo envié a la vez que sorbía el último resquicio del café. Ahora, de nuevo a esperar, aunque en domingo, la espera no desespera. Sentí que Eme se alejaba y regresaba con fuerza la imagen de Marcus.

Eran las 9:55 h. y empezaba a chispear. El sonido de la delicada lluvia en el cristal era un canto de sirena embriagador. Volví a la cama donde Marcus yacía acurrucado. Pronto iba a dejar de estarlo y cogería el timón de ese barco que de momento viraba a babor. Un rato después, acostada sobre su pecho desnudo le conté que había vuelto a escribir a Eme.

_ No sé nada de ella desde hace más de 10 días, Marcus. No es normal en ella. En este tiempo, me habría enviado kilos y kilos de frases con sus devaneos amorosos, sus inquietudes culturales, sus descubrimientos artísticos, sus críticas literarias, sus eternos y variopintos proyectos… Me habría inundado, invadido con sus historias. Y…, en cambio, nada.

_ ¿Por qué no la llamas tú?_ Me contestó Marcus. 

_ ¿Te crees que soy tonta? Ya lo hice hace días…pero estaba comunicando. ¡Por eso digo! Si vio mi llamada…¿por qué no me contesta?. ¿Sabes qué? ¡Voy a volverla a llamar! Y voy a hacerlo ahora mismo.

Di un brinco, coletazo de vitalidad del amor después de hecho, en busca de mi móvil. Marqué el 7, el número corto con que le tenía asignada. Al igual que ella, era mi favorito.

“Este número ha sido anulado por su propietario. Sentimos las molestias”.

_ ¿Quéeeeeeeee?. Volví a llamar pensando en que me había equivocado. Nada, el mismo mensaje.

_ ¡¡¡Marcus!!!! , grité. No puedo contactar con Eme. ¡¡¡¡Su número ha sido anulado!!!!! ¿Puedes entender esto?

_Ni idea Sab. Es posible que no tenga cobertura… pero no grites…que estás más guapa cuando sonríes.

_Va, Marcus, en serio, estoy preocupada. No sé… voy a llamar a Guille a ver si sabe algo de ella. 

Guillermo era el compañero de piso de Eme. Vivían juntos desde hacía 3 años, desde que ambos se separaron de sus respectivas parejas y tomaron la decisión de compartir los servicios asociados a los singles. No había nada sexual entre ellos, al menos que yo supiera, pero sí una enorme complicidad y buen rollo. Con casi 40 años, Guille era un perfecto acompañante. Ingeniero de telecomunicaciones, trabajaba en el departamento de I+D + i de una multinacional americana de servicios de internet. Solía viajar con frecuencia, ausencias que conseguían despertar en Eme la añoranza y el deseo de su vuelta, aunque “como amigos”, siempre “como amigos”. Ambos se ganaban suficientemente bien la vida como para haberse instalado en un ático con vistas al Parque Cervantes.

Le llamé a casa pero no obtuve respuesta. Le envié un whatsapp al móvil. Me contestó al cabo de unos minutos: “Milán”. Eso era que estaba en Milán y por la escasez de adornos de su respuesta, que no le molestara demasiado. Aún así insistí y escribí: _ ¿Sabes algo de Eme?.

_No, ¿por?

_ Nada, tranquilo. Gracias.

Marcus me miró desde la cocina y vi reflejado mi rostro en el suyo. Mi semblante debía haberse ensombrecido por el gris que, seguro, es el color de la preocupación.

_ Dale un par de días de margen Sab. Le has enviado de nuevo un email…espera a ver si te contesta pronto. Si no, llamaremos a su familia.

_Sí… Contesté acercándome a él para abrazarle. Sólo quiero saber que está bien, aunque esté cabreada conmigo. Al fin y al cabo, la dejé sola en Londres… Recuerdo lo que me suplicó que nos quedáramos y yo…bueno…el trabajo, los timings, los cambios de planes… ¿Hice mal en no quedarme Marcus?

_Ya estás, Sab. Hiciste lo que consideraste que debías hacer, de la misma forma que ella. No seas más exigente contigo de lo que lo eres con los demás. Agarró mi cara con sus manos inmovilizándola como para colocarle una máscara de cera. En lugar de eso me dio un beso en los labios, de esos “apretados” que hasta le tiemblan a uno los labios, no de gusto, sino de energía contenida. Si hubiera sido una niña me hubiera supuesto un cachete cariñoso en el trasero. Agradecí tener algunos años más…

Dos días. Le iba a dar dos días de margen. ¡Eme…más te vale contestar, o voy a hacer que te arrepientas de ello! (Mentira, clielo…Tú contéstame… que te añoro…).

El domingo transcurrió como pasan esos días en los que paradójicamente tu sombra va por delante de ti, abatiendo tu presencia por donde pasa, nublando tu halo si es que todavía brillaba. Ante mí tenía 48 horas de paciencia. ¿Os he dicho que la mía, en estado normal, no soporta ni 48 minutos?  Confié en que mi sombra, que me antecedía hoy, tuviera en su estado gaseoso algo más que yo.

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